viernes, 24 de abril de 2009

A LEO PERICHINSKY

Amigo: Opte por escribirte porque te fuiste sin pedir permiso: sabías que no te íbamos a dejar, claro… Tan de prisa fue tu partida que aun siento el humo de tu cigarrillo danzando en la oficina. También repican en mis oídos tus reclamos por la falta de tiempo en el programa de radio del martes, si de este martes 21, ¿te acordas?, para desarrollar “la crisis financiera de los Estados Unidos: el lado los flujos financieros”. Qué tema complicado, complejo y de difícil abordaje, pero vos como siempre te esforzaste por explicar, a pesar claro de los irrisorios 7 minutos que restaban para cerrar Espacio Económico, en la AM 1390 de Universidad. La verdad que creo que no me quedó claro, pero daría lo que no tengo por volverte a escuchar y esta vez sí, juro no interrumpirte.
Pero además, tu rápida partida no nos dio tiempo siquiera para analizar el rebote de Entrelíneas. ¡Si te habras embroncado en cada cierre de revista!. Siempre buscando más precisión y rigurosidad.
Leo: Todo se detuvo. En horas, la realidad, la vida, la muerte, nos pego un cachetazo y aun no podemos ni queremos, digo los cumpas del CIEPYC, despertar.
Solo me resta decirte que en poco tiempo conocí un ser integro, noble, laburador, comprometido con la realidad social, política y económica, pero por sobre todo un ser humano, padre y amigo, difícil de olvidar.

Pedro Corroppoli
Compañero del CIEPYC - UNLP

sábado, 18 de abril de 2009

Crisis mundial y definición de modelo de desarrollo: volvemos a bailar en cubierta?

Hace ya más de un año, cuando las expectativas indicaban que la soja podía llegar a mil dólares y que la Argentina podía volver a la dinámica de endeudamiento propia de un país emergente, se desató un conflicto entre el Gobierno y ciertos sectores económicos y políticos que alientan un modelo de base agro-exportadora. Hoy estamos ante una crisis estructural del capitalismo mundial y por lo tanto, de la forma de inserción que tuvo la Argentina y la región en el mundo. En medio de esta crisis, de impacto y desenlace aún incierto, la Argentina se debate todavía entre dos modelos antagónicos de desarrollo que quedaron explícitos a partir de la aparición del conflicto del gobierno con ‘’el campo’’.

1. El modelo neodesarrollista de base agroexportadora busca insertarse en un mundo que supuestamente demandará materias primas para alimentar animales de las potencias emergentes (Asia) y para generar combustibles alternativos. Los límites y riesgos de este modelo son variados.

Aún en el caso remoto de que sea posible salir rápido de la crisis estructural, la demanda de estos países emergentes crecerá a un ritmo importante por un lapso acotado de años, mientras se complete el período de industrialización rápida de China, para luego converger a tasas de crecimiento vegetativas.

En el caso, de los usos alimentarios, aún en un escenario de aumento de los precios de las materias primas agrícolas, la rentabilidad de los sectores exportadores – dominado por grandes trasnacionales de granos, aceites, agroquímicos y multimedios vinculados - es altamente inviable socialmente. Por su parte, la demanda de materias primas para bio-combustibles, está perdiendo dinamismo frente a la caída del precio del petróleo.

La rebaja de retenciones a las exportaciones requerida para la consolidación de este modelo deberá ser compensada con impuestos mayores a las clases medias y sectores populares, recorte de gasto en educación, salud e infraestructura. También cabe señalar que esto resultará en un aumento del precio de los alimentos, por el desplazamiento de cultivos de nuestra dieta alimentaria (trigo, carnes y leche) frente al avance de la soja. Esta situación debería derivar, por razones fiscales y de precios de los alimentos, en un aumento sensible de las necesidades básicas insatisfechas.

2. El modelo aún incipiente neodesarrollista de base industrial con inclusión social, que combina la exportación de manufacturas industriales y tecnología en un esquema sur-sur y la expansión del mercado interno (y regional). Aunque las oportunidades que ofrece este modelo no están de ninguna manera aseguradas en el actual contexto, algunas de sus ventajas ya han sido palpables en los últimos cinco años.

Este esquema rompe la antinomia exportación-mercado interno del modelo agroexportador puesto que los complejos agroindustriales exportan materias primas pero esta inserción es limitada por las necesidades de abastecimiento del mercado interno y los requerimientos asociados a la reproducción de la mano de obra.

La puesta en marcha efectiva de transferencia de tecnología agropecuaria y reactores nucleares a diversos países en un esquema de comercio administrado son un claro ejemplo del tipo de inserción internacional sur-sur que podría profundizarse.

Debido a la matriz tecnológica y distributiva que implica, este modelo garantiza mayor diversificación de las exportaciones y de los destinos de comercialización y mayor especialización industrial, lo que reduce su fragilidad externa y aumenta su viabilidad interna.

Como adelantáramos en la editorial de Entrelineas de diciembre de 2007, la gran debilidad política del actual gobierno fue su imposibilidad de generar un esquema de alianzas identificada con el modelo de desarrollo basado en la reindustrialización del país. No era tarea fácil. El gobierno de Alfonsin, hoy reivindicado como ejemplo por los mismos factores de poder que lo hicieron claudicar, se enfrentó al mismo dilema, y cedió por sus limitantes ideológicos. Ante la debilidad de su esquema de alianzas, debió aliarse con el poder económico, y entregar antes de tiempo el gobierno. Las consecuencias sobre la población fueron evidentes: hiperinflación y pobreza de ingresos. Esto sentó las bases para continuar en los ’90 el ajuste estructural más regresivo de la Argentina, que completó la tarea inconclusa de la dictadura.

Pareciera que el bloque de poder sustentador del modelo de base agroexportadora está ganando apoyo en la dirigencia política frente al modelo industrialista.

Sin embargo, la diferencia entre el derrocamiento a Alfonsín y la avanzada actual, es que ahora no está demasiado claro para dónde va el mundo, ni en qué momento se sale de la crisis. Esto requiere una estrategia de “desensillar hasta que aclare”. La Argentina ha logrado una posición macroeconómica para abordar una estrategia de este tipo. Profundizar la diversificación productiva y la expansión del mercado interno nos colocaría en una situación aún menos frágil en los próximos 10 años.

La situación era diferente a fines de los años 80. En aquella oportunidad, a partir del Plan Baker, era evidente que a los países periféricos les tocaría el nuevo rol de emergentes. Los más lucidos podían anticipar que el mundo se movía por los tormentosos mares en un Titanic, pero que aún había tiempo para que unos pocos pudieran disfrutar de viajar en cubierta. Se necesitaba una figura diferente a Alfonsín para encarar las reformas liberales que luego vinieron. Estaba claro para qué, cuando y se buscó con quién. Domingo Cavallo fue el interlocutor del sector dominante para articular las alianzas y el desenlace del gobierno alfonsinista.

Posiblemente, las continuas peripecias de la oposición al actual gobierno y su incapacidad por organizar una alternativa válida de poder sean un reflejo de la falta de preeminencia de un sector dominante. La incertidumbre global nos lleva a una situación en la cual no esté claro el para qué. Hoy el Titanic está hundiéndose y la oposición, que no sabe qué salvavidas proponer a la sociedad, pretende pinchar el único salvavidas disponible en el medio de la tormenta.

En este sentido, si el gobierno lee bien lo que está sucediendo (y no tanto las encuestas) quizá tenga margen para refundarse. Es necesario generar las condiciones materiales e ideológicas para avanzar en la profundización de un modelo de base industrial. Los mecanismos de distribución del ingreso por vía salarial pierden dinamismo frente a un escenario de amenaza de despidos y no alcanzan para frenar la recesión. Planes sociales masivos o asignaciones generalizadas por hijo son medidas contundentes imprescindibles. Las obras públicas tardan en llegar. Es necesario avanzar en una de las principales preocupaciones de los trabajadores sin acceso a la vivienda: créditos hipotecarios a tasas bajas y plazos largos. Todo esto acompañado con una política de restricción de las importaciones, mediante medidas arancelarias y barreras no arancelarias. A su vez, la implementación de una eficaz política de administración de precios, es condición indispensable para que estas medidas no afecten el balance comercial ni se trasladen a mayores precios de los alimentos y de los materiales de construcción.

En suma, avanzar en la consolidación de un modelo industrial sobre la base de realimentar la demanda interna controlando a los formadores de precios. Este modelo permite maniobrar en aguas borrascosas, esa es su principal fortaleza como salvavidas frente a la tormenta.

martes, 24 de marzo de 2009

Para volver a crecer

Estados Unidos, aunque podríamos agregar a varios países centrales, se encuentra con la cadena de pagos del sistema financiero cortada, la actividad económica con niveles de caída de entre el 6% (Estados Unidos) y el 12% (Japón) en el cuarto trimestre de 2008, niveles crecientes de desempleo, déficit externo crónico, etc. lo cual vuelve dificultoso el accionar de los gobiernos ante tantas urgencias diferentes, y fundamentalmente porque sus economías están presas de la configuración institucional del circuito “virtuoso” de acumulación previo; básicamente, plagadas de dilemas de política económica.
La magnitud de la recesión está en relación directa con el tamaño de la burbuja financiera que se pinchó en 2008. Por este motivo resulta central entender si lo que acaba de colapsar es un ciclo corto de crecimiento, iniciado luego de la crisis del Nasdaq, con la exacerbación del endeudamiento externo norteamericano, o el ciclo largo de expansión iniciado en la postguerra.
En una nota de la última edición de la revista referida a la crisis financiera en Estados Unidos se planteó como hipótesis que estamos en presencia del final de un ciclo largo de expansión que se iniciara con la ruptura de Bretton Woods y que fuera impulsado desde los años 80 por la liberación comercial y la desregulación financiera.
La liberalización comercial jugó un fuerte impulso a la entrada en competencia de los asalariados de distintos países, asumiendo su pico más alto con la incorporación de China a la OMC, lo cual generó fundamentalmente un proceso de deflación salarial. Proceso que se manifiesta en el centro con el traslado de gran parte de los gastos sociales a los trabajadores (servicios de salud, educación, etc.). Paralelamente, la desregulación financiera posibilitó a la masa de capital acumulada, encontrar nuevas vías de valorización fuera del circuito productivo, generando un proceso de inflación de papeles y acciones. Ante las sucesivas crisis de los mercados de capitales, este proceso se auto-organizó generando nuevas innovaciones financieras, que terminaron confluyendo en un proceso de apalancamiento donde los asalariados enfrentan por un lado, una caída de sus remuneraciones resultante de la competencia capitalista a escala global, por el otro, un aumento del endeudamiento sin precedentes.
La duración de la crisis está asociada también a la incapacidad de los gobiernos por resolver esta dinámica perversa de deflación salarial y sobreendeudamiento, porque su accionar está centrado en el fondeo de bancos y en la transferencia de los costos a los asalariados.
En este contexto, recomponer el mercado de promesas (el sistema financiero), que fue financiado con ingreso de capitales del exterior, que dejó a Estados Unidos en una posición neta deudora sin precedentes, recuperar los niveles de consumo de los asalariados (y de la población en general), y de inversión de las empresas, con el crecimiento del desempleo y las expectativas pesimistas sobre lo que va a suceder con la economía en el futuro, parece más contradictorio que posible resolverlo.
Buena parte de las medidas que vienen tomando los gobiernos en los países centrales apuntan a resguardar dos instituciones básicas de una economía monetaria: la moneda y el derecho de propiedad. En este sentido, los dos principales instrumentos por excelencia son: el rescate a los bancos y los créditos para consumo y refinanciación vivienda. Dicho de otra manera, en los países centrales están preocupados porque la exigencia actual de los pasivos a los bancos no derive en una exigencia de los pasivos del Estado (que se pase de la venta de acciones a la venta de bonos del tesoro, y de estos a un repudio generalizado a la moneda), y por cómo se distribuyen (o socializan) las pérdidas producto de la ruptura de contratos en el sistema financiero.
Esta atención focalizada en el salvataje de bancos y la distribución de los costos de la crisis entre los asalariados probablemente genere mayor contracción de la actividad económica, porque actúan como mecanismos de retroalimentación de la recesión vía la caída de la demanda efectiva.
A diferencia de lo que pasa en los países centrales, la argentina recibe la crisis en buenas condiciones. Posee superávit externo y fiscal, un elevado nivel de reservas, y un “fondo anticíclico” constituido a partir de la estatización de las AFJP. En buena medida, las herramientas de política económica que permite desplegar el actual esquema macroeconómico son esencialmente contra cíclicas.
La economía argentina enfrenta algunos problemas asociados a su demanda efectiva doméstica, (que ya se habían manifestado con anterioridad a la crisis internacional, aunque se profundizaron a partir de ésta), y una importante caída en las exportaciones durante el último trimestre de 2008, esto sí producto de la crisis externa, porque el colapso financiero se traslada del centro a la periferia, generando una crisis de sobreproducción.
La economía argentina tiene una demanda efectiva estancada levemente por debajo de los máximos niveles históricos. La inversión se frenó a partir del conflicto con el campo, y empezó a caer a partir de la crisis internacional; el consumo privado está estancado, pero en los niveles más altos de la década, y las exportaciones han caído de manera considerable.
Los datos oficiales del cuarto trimestre de 2008 muestran, por primera vez en seis años, un cambio de signo en la evolución de la actividad económica en la Argentina. El PBI se contrajo un 0,3% durante el cuarto trimestre de 2008, lo cual implica un freno a una expansión ininterrumpida e inédita que llevaba ya 24 trimestres consecutivos de crecimiento, y que acumulaba entre el segundo trimestre de 2002 y el tercer trimestre de 2008 una expansión del pbi del 66,4%. Los datos del cuarto trimestre de 2008 revelan que ese acumulado se contrajo a 65,9% desde 2002.
Como era de suponer, por el lado de la demanda, la impresionante caída de las exportaciones explica en parte la desaceleración de la economía. En el cuarto trimestre de 2008 sufrieron una contracción del 16,5%, lo que implica desandar el 40% del recorrido desde 2002. Durante este último trimestre de 2008 las exportaciones retrocedieron a los niveles de 2006.
Sin embargo, lo más sintomático es el comportamiento de la inversión privada, el componente más dinámico de la demanda durante este proceso de crecimiento. Si bien en el cuarto trimestre de 2008 cayó por primera vez en 24 trimestres (se contrajo un 7,9%), su estancamiento viene de dos trimestres atrás, cuando todavía no se hablaba demasiado (sentía) de la crisis internacional. Su parate inicial, hacia el segundo trimestre del año pasado (en plena rebelión fiscal del campo), al menos, parece obedecer a cuestiones domésticas.
En términos de política económica es necesario considerar que el consumo privado mantiene actualmente la misma participación en el PBI que en 2002, mientras que la inversión lo duplicó. En el cuarto trimestre de 2008, la IBIF perdió dos puntos de participación en el producto, mientras que el consumo permaneció con el mismo nivel de participación.
El motor del crecimiento, por el lado interno, había sido la inversión; y, por el lado externo, las exportaciones. Estos son los dos componentes de la demanda más difíciles de recuperar. La demanda externa porque no depende básicamente de lo que pueda hacer la política económica, se encuentra más bien librada a los vaivenes de la crisis internacional. Y en relación con la inversión es difícil pensar en una dinámica expansiva en un contexto de sobreproducción global. A su vez, la inversión depende en buena medida de las expectativas, que son absolutamente pesimistas, tanto por el frente externo, como por la fuerte instalación de la crisis política, primero, y la internacional, después. En este aspecto, los medios y la oposición han jugado un rol central. Por su parte, los Estados, en sus distintos niveles de gobierno, tienen serias dificultades de gestión como para que la obra pública compense la caída de la inversión privada.
Por otra parte, el Gobierno, ha colaborado activamente (y erróneamente) en instalar que los efectos de la crisis internacional serán severos para la economía argentina, como mecanismo para desenvolverse del conflicto político en que está inmerso.

En este contexto, parece razonable intentar el crecimiento de la demanda a través del consumo.

Si bien el Gobierno ha desplegado una batería de medidas y un uso inédito de la política económica en todos sus planos (monetario, cambiario, comercial, y en menor medida política fiscal y de precios e ingresos), el propio error de diagnóstico sobre los efectos de la crisis en la argentina, lo llevaron a imitar recetas que no se condicen con los problemas que enfrenta hoy la economía argentina.
El más grosero es pensar el crédito como variable explicativa del consumo. Ya que Keynes está tan de moda, sería bueno que los asesores económicos de allá y acá se detengan a leerlo e interpretarlo. El consumo depende fundamentalmente del nivel de ingreso y de la propensión a consumir (el porcentaje de consumo sobre cada peso de ingreso). Para aumentar el consumo hay que aumentar el ingreso y la propensión media a consumir. La propensión a consumir cae a medida que aumenta el nivel de ingreso. Entonces, la forma más efectiva de aumentar el consumo es transfiriendo ingresos a los sectores de menores recursos, que tienen la propensión a consumir más alta (que gastan todo su ingreso).
Los efectos de una rebaja en la tasa de interés para bienes de consumo durable, más allá de los problemas de implementación, tiene un impacto incierto en un contexto de caída de ingresos e incertidumbre laboral. Seguramente beneficiará a los bancos, que hasta ahora vienen recibiendo fondos del Estado a tasas pasivas (11% anual) que son entre la tercera y cuarta parte de las tasas que ellos cobran por los préstamos; y ayudará a aquellos que de todas maneras pensaban cambiar el auto, el calefón o la bicicleta.
Pero volviendo al tema de los efectos de una rebaja en la tasa de interés sobre el consumo, mejor dejemos a Keynes que nos diga algo más:
“ Para la teoría clásica de la tasa de interés, que se basó en la idea de que la tasa de interés era el factor que ponía en equilibrio la oferta y la demanda de ahorros, era conveniente suponer que el gasto en consumo es, ceteris paribus, negativamente sensible a los cambios en la tasa de interés de manera que cualquier alza en la misma disminuiría perceptiblemente el consumo. Se ha reconocido desde hace mucho que el efecto total de los cambios en la tasa de interés sobre la inclinación a gastar en consumo presente es compleja e incierta. (…) Sin embargo, no hay mucha gente que altere su modo de vivir porque la tasa de interés baje, si su ingreso global es el mismo de antes”
Y culmina:
“ la conclusión más importante es, según creo, que la influencia a corto plazo de la tasa de interés sobre los gastos individuales hechos con un determinado nivel de ingreso es secundaria y carece relativamente de importancia…”

J.M.Keynes (Teoría General, capítulo 8, la propensión a consumir: los factores objetivos,pag.92, edición de FCE)

Si bien el gobierno ha avanzado en la dirección correcta, en el sentido de aumentar los ingresos de la población de bajos recursos (y alta propensión a consumir), lo ha hecho de manera muy tibia. El aumento de la jubilación mínima y el incremento de los planes sociales alcanza sólo el 0,3% del producto (chequear). En el contexto actual de caída de la demanda efectiva doméstica y con el creciente saldo exportable, la política de ingresos debería incrementarse en 2 puntos del pbi para comenzar a tener efecto sobre la actividad económica.
El segundo error importante del gobierno tiene relación con el punto anterior. La política de superávit fiscal, y compra de dólares por parte del Tesoro para repago de deuda externa, en un contexto recesivo, sólo promueve la contracción de la demanda efectiva y el nivel de actividad. Para decirlo en términos de Keynes, esos 3 puntos de superávit (chequear) tienen propensión a consumir igual a cero, contra la propensión igual a 1 de los jubilados que cobran la mínima o los desempleados.
Pero Keynes obviamente lo dice mucho mejor:
“ debemos también tener en cuenta el efecto sobre la propensión global a consumir, cuando el gobierno reserva fondos de los impuestos ordinarios para el pago de deudas; porque esto representa una especie de ahorro social, de manera que una política que tiende a crear grandes fondos de reservas debe considerarse como reductora de la propensión a consumir. Esta es la razón por la cual un cambio de frente en la política gubernamental, pasando de la aceptación de deuda a la creación de fondos de reserva (o viceversa), puede ocasionar una severa contracción (o notable ampliación) de la demanda efectiva.” JM Keynes (op.cit. pag.93)
De todos modos, no hay dudas de que el Gobierno ha desplegado, a su modo, todas las herramientas de política económica disponibles; incluso avanzó en una mayor presencia del Estado en la economía: la estatización de las jubilaciones, y su participación en la intermediación entre el ahorro y la inversión, a través del anses, es un ejemplo insoslayable de un cambio estructural en la relación del Estado con la actividad económica. Su presencia en el comercio exterior avanzó hasta el punto de promover la creación de una empresa estatal de comercialización de granos. Ninguno de estos dos casos es posible de explicar a partir de una necesidad de caja. El freno a las exportaciones de alimentos (trigo, específicamente) que atentan contra la seguridad alimentaria local es un ejemplo flagrante en este sentido, porque incluso va en contra de la captación de recursos del Estado. A su vez, se ha embarrado la cancha (con medidas extra arancelarias) para frenar el ingreso de importaciones que pudieran afectar el nivel de empleo.
También se instalaron rumores a propósito de la administración pública del Banco Hipotecario, herramienta clave en este contexto para que vuelva a manos públicas. El rubro créditos hipotecarios es quizá el único caso donde se justifica una fuerte dotación de recursos por parte del estado para promover la construcción de viviendas. Una línea crediticia para construcción o refacción de viviendas para aquellos que aún no accedieron a la vivienda propia (sectores de bajos recursos, recién casados, etc.) a tasa cero de interés puede convertirse en una medida que compense en parte la contracción del sector privado a partir de la crisis.
En suma, el esquema macroeconómico actual genera la posibilidad de afinar, y profundizar, ciertos instrumentos, para reiniciar una fase expansiva apoyada aún más en la demanda interna. El empresariado deberá saber ya, a esta altura, que su negocio debe reorientarse casi exclusivamente al mercado doméstico, dadas las condiciones internacionales actuales. La forma de motorizar esta nueva dinámica virtuosa requiere del entendimiento por parte de los empresarios de que el salario es el factor clave. Resignar renta para conseguir mayor actividad económica. La pérdida de participación de los trabajadores en el ingreso sólo incorporará una dinámica viciosa recesiva, al estilo de la que señalábamos como causa de la actual crisis en los países centrales. Por su parte, el Gobierno debería entender que su mejor política social de los últimos seis años (promover el empleo) ya no funciona en contextos recesivos, y debe ser fuertemente complementada con una verdadera política de ingresos. Porque la pobreza es urgente, o por eso de las propensiones a consumir.

viernes, 26 de diciembre de 2008

Volver a crecer

Luego de veintiséis trimestres consecutivos de crecimiento a tasas altas, la economía argentina comenzó a mostrar signos de desaceleración a partir del último mes de septiembre. Algunos indicadores muestran que durante los meses de octubre y noviembre el nivel de crecimiento sería aún menor.
Por ejemplo, los recursos de la administración nacional ligados a la evolución de la actividad muestran en noviembre un crecimiento nominal del 15 por ciento cuando acumulan en el año una expansión del 25 por ciento.
Parte por los efectos de la crisis internacional y parte por las auto-profecías locales de recesión, estanflación o crisis, la economía argentina se está desacelerando.
La crisis internacional -de la cual todavía vimos muy poco- tendrá sus efectos sobre la economía real por el lado del comercio exterior: básicamente, contracción de las exportaciones -fundamentalmente por precio, pero posiblemente también por volumen- y aumento de las importaciones de bienes industriales a menores precios, dado el exceso de oferta mundial.
Hace más de un año y medio se planteó desde esta publicación que la crisis internacional impactaría sólo por el lado real, ya que la economía argentina se encontraba desconectada del canal financiero. Lo que no se tuvo en cuenta, entonces, fue la influencia de los medios de comunicación en vastos sectores de la sociedad, que han anticipado la crisis en el país, a través de la postergación de decisiones de consumo, como si se tratara de consumidores de los países centrales.
A nivel local, las expectativas pesimistas difundidas por los grandes medios de comunicación – en sintonía con las expresiones de la Asociación Empresaria Argentina- provocan la contracción de la demanda efectiva. Las grandes empresas postergan sus decisiones de inversión, los trabajadores reducen consumo y el denso entramado de empresas PyMEs son afectadas, sin capacidad de auto-organizarse frente a la debilidad de sus asociaciones representativas.
Ante este escenario, se discute qué debería hacerse desde la política económica para revertir las tendencias de estos últimos meses.
En principio, es necesario resaltar que históricamente o, por lo menos, en las recesiones de los últimos treinta años, cada vez que la economía se desaceleró, cayó la recaudación, etc., desde el ministerio de Economía se ejecutaron planes de contracción del gasto público, generalmente acompañado de suba de impuestos.
En esta oportunidad, la dirección, el gradiente de las medidas es diferente a lo que se hizo siempre. Se podría decir que es la primera vez -en más de tres décadas- que desde el Estado se ejecutan políticas contracíclicas cuando se contrae el nivel de actividad: se pretende expandir la inversión pública y reducir impuestos en forma selectiva en sectores de consumo medio alto y en ciertos cultivos agrícolas prioritarios para la alimentación. Es destacable la intención de alcanzar récords históricos de inversión pública sobre PBI del 5,5 por ciento, algo que es cuestionado desde las centrales empresarias.
La primera nota de la presente edición analiza en detalle las medidas tomadas por el Gobierno Nacional para amortiguar los efectos de la crisis externa.
Sin embargo, también es necesario plantear que las medidas anunciadas hasta el cierre de esta revista, no son suficientes para atacar de lleno tres aspectos importantes para revertir la tendencia declinante de la economía:
· En primer lugar, el incremento de la demanda efectiva mediante transferencias de recursos hacia los sectores de la población que gastan todo su ingreso en bienes con alto contenido nacional. Mientras la obra pública tarda, cuanto menos, un año en llegar a la calle, el aumento de ingresos a sectores con alta propensión a consumir (desocupados, sectores con ingresos inferiores a la canasta familiar y jubilados) se traduce automáticamente en aumento de la demanda efectiva. Todo esto, además, generaría una mejora en la distribución del ingreso.
· En segundo lugar, una política cambiaria que compense la caída de los precios de los principales productos que compiten con los de origen nacional y las devaluaciones que han experimentado los principales países de la región. Un tipo de cambio alto es imprescindible para no revertir los incipientes procesos sustitutivos de importaciones y el empleo. En un contexto de desaceleración de los precios y de la actividad, adquiere menos peso el dilema entre dólar alto e inflación, en términos de política económica.
· En tercer lugar -y en forma complementaria a lo anterior- una política de protección a la industria, a partir de la profundización y generalización de regímenes sectoriales como el automotriz hacia nuevos sectores. Esto, además de evitar el ingreso de bienes importados que amenacen el empleo industrial, permitiría aprovechar la oportunidad que brinda esta crisis en ciernes para superar los límites de una inserción de la región como mercado interno ampliado para producciones con escaso valor agregado local por parte de las empresas multinacionales. Solo así el proceso sustitutivo de importaciones será acompañado por la superación de la dependencia.
No se han visto, por el momento, medidas ni orientaciones generales que apunten a resolver estos tres aspectos centrales para el desempeño futuro del modelo y su profundización, más allá de las políticas macroeconómicas de tipo de cambio. Las medidas anunciadas -si bien significan un avance respecto a las recomendaciones liberales- apuntan a mejorar los ingresos de sectores medios altos, propensos a consumir bienes con elevado contenido importado, resolviendo así los problemas de caja de las empresas multinacionales, con fuertes dificultades en sus casas matrices.
La capacidad de aprovechar al máximo los efectos multiplicadores de las medidas sobre la demanda interna y el superávit externo es clave para explicar lo que sucederá en el futuro con la actividad económica. Se corre el riesgo de desperdiciar las bienvenidas herramientas keynesianas si no se apunta a las dos causas fundamentales de fugas: el patrón de consumo extranjerizado de los sectores medios acomodados y el bajo componente nacional de las producciones de las empresas multinacionales de bienes de consumo durable.
Con la vuelta al sistema de reparto, la economía ha recuperado buena parte del financiamiento necesario para compensar la caída en la demanda efectiva. Sin embargo, si el Gobierno piensa cumplir sus compromisos financieros, tendrá problemas de transferencia doméstica si no sostiene los niveles de superávit externo de estos años. En este sentido, también resultan clave la política cambiaria y la protección a la industria.
A propósito de este tema, en el presente número también se desarrolla la segunda parte de la nota sobre el régimen previsional. Tras haber analizado de manera pormenorizada, en la edición anterior, las consecuencias de los quince años del régimen de capitalización, se abordan ahora algunos puntos que resultan claves para repensar el sistema previsional en esta nueva etapa: cuál es la mejor alternativa para asignar los fondos que administraban las AFJP, qué elementos pueden afectar la sustentabilidad y cobertura del sistema de reparto y, sobre todo, cuáles son los desafíos para la seguridad social.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Editorial

La vuelta al sistema estatal de reparto de todas las jubilaciones es la primera reforma estructural del kirchnerismo, desde que gobierna el país. Pero no es sólo eso: se constituye también en la herramienta por la cual el gobierno parece recuperar la iniciativa, tras la crisis política desatada a raíz del conflicto por los derechos de exportación móviles y en medio de una crisis financiera internacional fenomenal.
La decisión sorprendió porque el gobierno venía de unos meses erráticos, envuelto en una agenda que no le era propia. Daba la sensación de que el conflicto con el campo había culminado en un golpe sin golpe. Muchos de quienes todavía creemos que el proceso iniciado el 25 de mayo de 2003 era un auspicioso punto de partida para instaurar un esquema de desarrollo auto-centrado evaluamos que el proceso destituyente lo había condicionado severamente.
Y lo que se podía ver era que el gobierno reflejaba la nueva correlación de fuerzas post-crisis del campo con un conjunto de medidas que respondían a los intereses de los sectores financieros : declaración de cancelación al contado de la deuda con el Club de París, reuniones patéticas con banqueros, que no tenían manera de saber -en el preciso momento en que se produjo la reunión en Buenos Aires para renegociar la deuda de los holdouts - si sus bancos de inversión seguían existiendo, si ya habían pasado a manos de otro banco, o del Estado, y si seguían manteniendo sus empleo. La ridiculez de esas reuniones fue el reflejo del desacierto de intentar volver a ser un “país emergente” en el medio del colapso de las formas de financiamiento del sistema financiero internacional.
Si embargo, el gobierno se desenvolvió de esa agenda, a partir de las evidencias que generaba la mayor crisis financiera de la historia del capitalismo - y reencausó el problema estructural de la seguridad social en la Argentina. Sin embargo, el colapso de las formas privadas de financiamiento en los países del Norte no se tradujo mecánicamente en el reemplazo del marco conceptual, y la emergencia de una nueva convención de política económica. El discurso keynesiano y la rehabilitación de la centralidad del Estado en la coordinación de la economía tarda de trasladarse de las necesidades de política pública al campo de las ideas, aún dominado por la convención del mercado auto-regulador.
A la lentitud del avance en el campo de las ideas, se suma en la Argentina la histórica permeabilidad de los sectores medios al discurso simple y efectivo de los grandes medios de comunicación y de la oposición. Esto explica, hoy en día, la dificultad de argumentar a favor de una propuesta como la eliminación de las AFJP, aún en ámbitos donde los intereses objetivos se corresponden con un régimen basado en la solidaridad intergeneracional. Los planteos de que “responde a una necesidad de caja”, que estamos frente a un “saqueo”, de que “se hace para robar”, de que “es improvisado”, entre otros, se deshacen al realizar un análisis serio sobre el tema, incluso si se considerara a todos los funcionarios del gobierno como ladrones.
No es posible lógicamente plantear la tesis del “Estado depredador” con independencia del modo de acumulación. El régimen de valorización financiera va más allá de las prebendas que el capital utiliza para instrumentar la transversión de los dirigentes políticos (simbolizados superficialmente por las coimas del menemismo o los tapados de piel de María Julia, pero que se generalizó en forma mucho más sutil a los cuadros intelectuales y técnicos, incluyendo importantes pagos por consultorías de organismos internacionales durante la pasada década). Aún considerando la importancia de estas “compensaciones”, el objetivo de las políticas de los noventa no era financiar el consumo suntuario de los dirigentes y generar una frondosa casta de intelectuales orgánicos y periodistas del establishment. La transversión de los dirigentes e intelectuales era simplemente un medio. El fin era convertir a la Argentina -como al resto de los países periféricos - en un país emergente, que pospusiera eternamente un régimen basado en el endeudamiento mediante la generación de nuevos negocios para el capital financiero.
Sería imposible para el entendimiento suponer que fue casual la proliferación de gobiernos y funcionarios corruptos - todos a la vez- en la gran mayoría de los países periféricos del mundo. Cuestión que nuestra mediatizada clase media parece no poder dimensionar.
Intentando ir más allá de la superficie, la vuelta al sistema estatal de reparto apunta a la resolución de cuestiones fundamentales para una sociedad, independientemente de que algunos funcionarios puedan hacer una utilización personal de una parte de los fondos que vuelven al Estado. Lo que quedará es la resolución de un problema estructural básico de la sociedad, evitando la evaporación de los ahorros de los jubilados hoy colocada en activos financieros y la instauración de un régimen que se sustente en la mejora de los niveles y remuneraciones de empleo a partir de su reinyección como fuente de demanda efectiva.
Precisamente por la trascendencia del tema en cuestión, la primera de las notas de la presente edición de Entrelíneas realiza un análisis pormenorizado de las consecuencias que dejaron los catorce años de AFJP y los efectos para la sociedad de volver al esquema estatal de reparto de forma plena.
La segunda nota analiza cómo las autoridades están respondiendo a los efectos de este cambio estructural y a la crisis internacional en el plano monetario y financiero. Respuesta que combina medidas heterodoxas de control selectivo a la fuga de capitales con medidas ortodoxas basadas en subas desproporcionadas de tasas de interés.
Se sostiene que estas medidas obedecen a una cuestión transitoria más que permanente. De hecho, los bancos privados en los días de mayor demanda de dólares pagaban más tasa por los plazos fijos cortos que por los largos, lo cual induce a suponer que ven como una cuestión temporal la caída de depósitos. Si pensaran en un escenario de licuación de deudas, por devaluación por ejemplo, propiciarían los depósitos a largo plazo. Estos últimos fueron los únicos que cayeron, entre los plazos fijos, durante el mes de octubre.
A su vez se plantea que la autoridad monetaria en la Argentina tiene a su disposición todas las herramientas de política monetaria, lo cual es quizá el principal beneficio de no estar directamente afectados por la crisis financiera internacional.
La política monetaria en los países centrales ha demostrado ser poco efectiva frente a la entrada en recesión de Estados Unidos, Europa y Japón. Tardíamente las autoridades de estos países comienzan a plantear alternativas incipientes y muy acotadas de paliar la caída en la demanda efectiva que produce la actual crisis. En este sentido, la principal apuesta parece ser una política fiscal expansiva.
La Argentina se encuentra en buenas condiciones para avanzar en esta dirección. Aunque no parece reflejarse en las acciones de gobierno y en las actitudes de una oposición autista frente al nuevo escenario.
Esa es la próxima gran batalla, que dependerá de la velocidad con que el gobierno entienda que es necesario impulsar el gasto público, manteniendo el superávit externo mediante un mayor grado de protección de la economía. También es imprescindible que las dirigencias empresariales comprendan que durante los próximos años no habrá otro espacio de valorización de sus capitales que el nacional y regional. Cuestiones que por el momento el gobierno solo ataca discursivamente, mientras la oposición sigue enfrascada en el carácter depredador del Estado.
Si bien es prematuro evaluar los posibles efectos del reciente paquete de medidas lanzado por el Gobierno, resulta claro que avanza en la dirección de promover mayor actividad económica y garantizar un piso para el desempleo. Estamos bastante curados de espanto con las inauguraciones de maquetas y mega anuncios de inversiones que nunca se convierten en infraestructura pública concreta De la capacidad del gobierno de convertir sus anuncios en obras, en tiempo y forma depende en parte la capacidad de respuesta del modelo instaurado en el 2003 al nuevo escenario. En este momento del ciclo, resulta imprescindible que esos 71 mil millones de pesos que se volcarían a la obra pública sean una realidad. La complementación de estas medidas con tipos de cambios diferenciales y política industrial orientada a seleccionar sectores generadores y difusores de progreso técnico es clave para mantener los niveles de actividad y realizar el necesario cambio estructural. Frente a la crisis financiera internacional, los términos de intercambio están lejos de favorecer a una especialización basada productos agroindustriales (si es que alguna vez la favorecieron).
Por último, seguimos analizando los efectos de la crisis financiera internacional. En esta oportunidad se intenta observar los posibles canales de transmisión de la crisis por el lado real, analizando las relaciones comerciales de Estados Unidos con el mundo. La tercera nota de esta revista avanza sobre este aspecto.

martes, 24 de junio de 2008

Inflación en alimentos en América Latina

En el mes de abril, el FMI y el Banco Mundial se reunieron para tratar el tema de la crisis crediticia en Washington pero trasladaron el eje de la discusión para llamar la atención sobre la ahora llamada crisis alimentaria mundial, preocupados por una oleada de disturbios que obligó a muchos países a tomar medidas comerciales tendientes a contener los efectos domésticos de la “agflación”.
“Agflación” es la denominación que se le dio a la escalada de precios de las materias primas agrícolas como el maíz, trigo y soja y su efecto en el nivel general de precios. El aumento de los precios mundiales de los alimentos amenaza con propagar el hambre y genera tensiones sociales en una escala aún impredecible.
Los precios de los alimentos básicos subieron un 83% en los últimos tres años, en promedio, con alzas en los casos del arroz, el trigo y el maíz muy superiores. El precio internacional del arroz elevó su precio un 81% en los primeros cinco meses del año respecto de igual periodo de 2007, alcanzando los 848 dólares la tonelada. El precio de exportación del trigo fue récord en marzo cuando el trigo de EEUU promedió 480 dólares la tonelada. En abril descendió, pero aún así se encuentra 126% por encima del valor de los primero cinco meses del año pasado. El precio del maíz continúa creciendo y promedia 46% por encima que un año atrás.
Hacia el año 2006 la mayoría de los países de América Latina tenían controlada la inflación, pero el aumento en el precio de los commodities agroalimentarios y de la energía (por el elevado precio del petróleo) ha presionado a la suba en el índice general de precios, acelerando de manera sorprendente el nivel de inflación en buena parte de la región.
En todos los países analizados hay una clara tendencia ascendente en el índice de precios general y de los alimentos y, particularmente, todos muestran una substancial aceleración a fines del año 2007 y principios del 2008, momento en el cual comenzó a expandirse fuertemente la especulación financiera hacia los sectores que elaboran productos primarios y también coincide con el fuerte crecimiento de la demanda de alimentos para la fabricación de biocombustibles, siendo esta última la fuente más grande de “nueva demanda” para los productos del agro en décadas.
La mayoría de los países de América Latina evidencian aumentos en las tasas de inflación. En promedio pasaron de un nivel anual de 3,5% en el 2006, a tasas anuales que oscilaron entre el 6% y 7% para el 2007.
El nivel promedio de inflación en los alimentos en los países bajo análisis fue de 5,4% durante el año 2006, mientras que para el año 2007 el mismo índice mostró una variación del orden del 11,6%, mostrando un aumento mayor al doble del registrado un año antes. A todo esto, los países con mayor inflación alimenticia durante el año 2007 fueron Costa Rica (21%), Bolivia (19,8%), Uruguay (18,1%), Chile (15,2%) y Brasil (11,9%), seguidos por Paraguay (9,1%), Colombia (8,5%), México (7,5%), Perú (6%) y Ecuador (5,7%).
Claramente los precios de los alimentos están creciendo muchos más rápido que lo que refleja el nivel general. Lo anterior nos induce a pensar que el actual proceso de aceleración de la inflación que están viviendo los países de América Latina es causado, en mayor medida, por el fuerte aumento en el precio de los alimentos empujado, a su vez, por el incremento de los precios internacionales de las materias primas agrícolas.


Al ver la tasa de inflación anual en los diferentes países tanto para 2006, como para 2007 y el primer cuatrimestre de 2008, salvo Paraguay (el cual tuvo un fuerte proceso inflacionario durante el 2006) el resto de los países aumentaron (y algunos casi duplicaron) su nivel de inflación durante el 2007 en relación al nivel alcanzado en 2006.
También puede apreciarse que en países como México, Brasil, Colombia, Bolivia y Perú, en nivel de inflación durante el primer trimestre de 2008 casi representa la mitad del nivel obtenido durante 2007, lo que deja pensar que si continúa esa tendencia, la inflación durante 2008 será mayor que la del 2007.
Parte del problema de la inflación que llega a la Argentina es mundial, es urgente, y avanza rápido también sobre las economías de los restantes países de América Latina, sean estos exportadores o importadores de productos alimenticios y pone en tensión a sus sociedades.
Escépticos frente a las medidas que se puedan esperar desde las instituciones supranacionales como las Naciones Unidas para garantizar la soberanía alimentaria de los pueblos, sólo resta la cooperación entre las naciones y políticas domésticas como la seguida mediante las retenciones y límites a las exportaciones que son dos de las pocas herramientas que el Estado tiene a mano hoy para resistir el doble acecho de las rentas extraordinarias y las presiones del mercado mundial.

Por Julián Barberis y Rafael A. Selva


lunes, 23 de junio de 2008

Entrelíneas de la Política Económica Nº 11 - Junio 2008

En la edición N°11 de la revista Entrelíneas de la Política Económica nos detenemos a analizar dos temas centrales en el marco del actual conflicto. Por un lado, pusimos el foco sobre lo que está sucediendo en el mercado financiero y cambiario en la actualidad. Por otro, estudiamos la situación de la inflación y los aumentos de precios de los alimentos en el mundo y en las economías de América Latina